Nuestras peludas compañeras de trabajo
Hace diez días una procesionaria (la oruga del pino) picó a Bea en un ojo. Se puso tan malita que la tuvimos que llevar de urgencia al veterinario, que nos derivó al oftalmólogo. La pobre, estaba hecha polvo, sin apenas poder moverse, por el dolor. El hecho es que la dieron la “baja laboral” durante cinco días, y luego se ha ido reincorporando lentamente a sus tareas. Me resulta curioso hablar así de una perrita: baja laboral, reincorporación… Así me he dado cuenta de que, efectivamente, Bea (y Africa) son perritas trabajadoras, como tantos otros perros de trabajo que están en nuestra sociedad, y a los que apenas reconocemos sus “derechos laborales” o, por desgracia, a veces ni siquiera “derechos vitales”, como el cariño y el respeto hacia ellos.
Perros que están con nosotros desde que son cachorritos, a los que adiestramos para que ayuden a los “humanos”, y a los que, en ningún caso, les hemos preguntado si les apetece hacerlo. ¡Aunque damos por hecho que lo hacen encantados! Y preferimos creer que es verdad. En nuestro caso, Bea y Africa van alegres a trabajar con los niños, porque les gusta muchísimo el contacto físico (caricias, besos y demás…) y porque se avienen con los peques. Pero, ¿qué pasa si tienen un mal día? ¿si no les apetece jugar, o escuchar, o salir de casa…? ¿si están con el celo, y muy mimosonas?
Pues que intentaremos sobrellevarlo lo mejor que podamos, sin exigirles lo que no pueden dar. Este fue uno de los motivos que nos animó a unirnos al Programa R.E.A.D. En nuestro “libro de estilo”, lo primero que se deja claro es que el perro está al mismo nivel que el niño y el terapeuta. Niño y perro nos merecen el mayor de los respetos, y ambos deben ser tratados con cariño y consideración. De hecho, desde R.E.A.D. se promueve la salvaguarda de las “condiciones laborales perrunas”, indicando a los terapeutas como deben comportarse con sus perros, según cada necesidad. Respetar su “horario laboral”, sin jornadas demasiado apretadas, animar al ejercicio liberador y desestresante, respetar su descanso entre sesión y sesión, comidas equilibradas, higiene máxima… Y, por supuesto, ante la más mínima señal de agotamiento, alterar el ritmo de la sesión para rebajar la presión sobre el perro, o incluso, cortarla, si fuese necesario. Todas son medidas pensadas para el beneficio del perro, porque en R.E.A.D. , el perro no es una herramienta de trabajo (se recomienda encarecidamente no utilizar este término), sino un compañero más. Para mi, la mejor compañera que he tenido nunca. Y, desde luego, ¡la que tiene el pelo más suave!